El 15 de noviembre de 1922 ha sido catalogada como el día en que sucedió la mayor de las masacres en Ecuador, hechos que fueron narrados en el libro de Joaquín Gallegos Lara.
En esta obra se narra que en esa revuelta los soldados, luego de matar a sus víctimas, les abrían el vientre con sus bayonetas y luego los tiraban al río para que no refloten.
La denominada masacre del 15 de noviembre de 1922 en Guayaquil ocurrió en el contexto de una huelga general en la que trabajadores de distintas industrias exigían mejores condiciones laborales y derechos sindicales.
Ante estas demandas, el gobierno de José Luis Tamayo envió tropas militares para sofocar la protesta, lo que resultó en un violento enfrentamiento y un número desconocido de muertes, con estimaciones de entre 90 y 900 víctimas.
Se dice que algunos cuerpos fueron arrojados al río Guayas como advertencia.
Las causas de la masacre fueron las duras condiciones laborales y la falta de derechos.
Su impacto fue profundo, marcando un punto crucial en la lucha por los derechos laborales en Ecuador.
Este evento es recordado anualmente con ofrendas y cruces en el río, simbolizando el sacrificio de los trabajadores y su legado en la memoria colectiva.
Óscar Efrén Reyes sobre el 15 de noviembre de 1922
Por su parte el historiador Óscar Efrén Reyes, en su «Historia del Ecuador» sobre el 15 de noviembre de 1922, manifiesta:
“Las masas fueron rodeadas y los soldados realizaron una espantosa carnicería en las calles, en las plazas y dentro de las casas y almacenes.
La matanza no terminó sino a avanzadas horas de la tarde.
Cuantos grupos pudieron se salvaron solamente gracias a una fuga veloz. Luego, en la noche, numerosos camiones y carretas se dedicaron a recoger los cadáveres y echarlos a la ría”.
Se habla de una masacre aquel 15 de noviembre de 1922, que fue un acto que ha quedado en la impunidad.
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Aquella protesta de los trabajadores desembocó en la matanza de cientos de ellos por el hecho de salir a protestar en busca de sus derechos laborales.
La represión del gobierno de ese entonces hizo que esta manifestación terminara en una «cruel masacre en donde caían todos aquellos que levantaban una voz para que sus derechos sean respetados», afirma el Blog Nuestras Leyes.
Sitios web actuales, sostienen que el día 15 de noviembre de 1922, la manifestación de trabajadores por las calles de Guayaquil tuvo una gran acogida, mientras las tropas militares recibían órdenes del presidente de mantener la calma al precio que sea.
Pero la gigantesca manifestación de trabajadores fue reprimida por los militares y policías que con disparos al aire y luego con disparos letales «provocaron una terrible masacre que terminó con la vida ciento de obreros», según lo detalla Sin Miedos.
Agrega que «La masacre de obreros en Guayaquil pudo haberse evitado si el Gobierno de José Luis Tamayo hubiera atendido prontamente los reclamos de los trabajadores».
Los hechos del 15 de noviembre de 1922
De acuerdo al portal Enciclopedia del Ecuador, los hechos no se dieron con tal grado sanguinario como describen historiadores y articulistas.
En 1920 asume la presidencia de Ecuador el Dr. José Luis Tamayo para gobernar hasta 1924.
Por aquella época se venía viviendo una crisis económica de grandes magnitudes producto de la Primera Guerra Mundial.
Desde 1914 y consecuentemente de las restricciones a los países de Sudamérica y especialmente de Ecuador, la situación adversa llegó a límites casi insostenibles para la economía nacional y se presentó con todo su agudeza.
Esto afectó a todos los ecuatorianos, especialmente desde 1922, cuando el país debió enfrentar una dura situación económica debido a la falta de divisas, originada por el exceso de importaciones y la falta de exportaciones.
En ese tiempo el rubro más importante sobre el que se basaba la economía nacional era la exportación del cacao, cuyo precio -precisamente en ese año- había sufrido una significativa caída en el mercado internacional.
La especulación no tardó en llegar tras la falta de divisas.
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El costo de la vida alcanzaba niveles imposibles de soportar, sobre todo por las clases más necesitadas; por otro, la moneda ecuatoriana fue desvalorizada, y el dólar americano que anteriormente se lo compraba a S/. 2,oo, se lo adquiría a partir de ese momento en S/. 3,20.
Entonces viene el descontento de los trabajadores, al observar que sus salarios no estaban de conformidad con los gastos para vivir.
Se organizaron en diferentes gremios laborales y empezaron a exigir mejoras en sus pagos.
La clase obrera guayaquileña reclamó mejores salarios, reducción de las horas de trabajo y, sobre todo, la incautación de los giros internacionales para evitar la especulación con su venta.
No obstante el gobierno no respondió estos pedidos y en los primeros días de noviembre de 1922 decretaron en Guayaquil la primera gran huelga general de trabajadores.
Varios movimientos salían a las calles de manera constante interrumpiendo la actividad comercial, industrial, social y económica de la ciudad.
Según manifiesta La Enciclopedia del Ecuador, el Dr. José Vicente Trujillo, que ejercía el cargo de Síndico de los Centros Obreros, pronunció el día 14 un efusivo discurso en la que dijo: “…hasta hoy el pueblo ha sido cordero, pero mañana se convertirá en león”.
La gran huelga del 15 de noviembre de 1922
Al día siguiente, es decir el 15 de noviembre de 1922 se inició la gran huelga anunciada, la misma que comenzó cuando grandes masas de trabajadores se dieron cita en la Plaza del Centenario, mientras otros lo hacían en la Av. Eloy Alfaro.
Como suele suceder en muchas manifestaciones, incluso hasta el día de hoy, cuando los ánimos se caldearon en las arengas que expresaban los síndicos, varios delincuentes y anarquistas criollos, influenciados por las noticias políticas de Rusia, se infiltraron en la huelga general e intentaron desarmar a las fuerzas policiales, apostadas en diversos lugares de la ciudad.
Empezaron las incitaciones para asaltar los almacenes y en la Av. 9 de Octubre se inició un desenfrenado saqueo que obligó a la policía a realizar disparos al aire, primero, y luego al cuerpo de los asaltantes.
Horas más tarde y solo gracias a la intervención del ejército y la policía, se pudo detener el vandalismo, con el lamentable saldo de gran número de muertos.
Posteriormente, cuando aquellos que pidieron a las autoridades que actuaran con mano dura se lavaron cobardemente las manos tratando de rehuir sus responsabilidades, el Gral. Enrique Barriga, Jefe de Zona de Guayaquil, declaró virilmente: “Yo soy el único responsable de esos sucesos”.
Tres días más tarde todo -o casi todo- había vuelto a la normalidad.
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Se restableció el servicio eléctrico, los bancos abrieron sus puertas con normalidad y las actividades generales volvieron a marcar el ritmo laboral de Guayaquil.
Aunque aún se podían ver las huellas de los destrozos causados en los almacenes y negocios que habían sido saqueados, y en las calles persistía la presencia de policías y militares que custodiaban la ciudad.
La tragedia de Guayaquil pudo haberse evitado si el gobierno hubiera atendido prontamente las reclamaciones de los trabajadores.
Especialmente, si no hubieran aparecido los denominados «heroicos y sacrificados dirigentes clasistas y politiqueros», que a la hora de la verdad son siempre los primeros en salir corriendo y los últimos en dar la cara, afirma la Enciclopedia del Ecuador.
En todo caso, la revolución del 15 de noviembre de 1922 marcó el inicio de las transformaciones sociales de los trabajadores ecuatorianos y sus consecuencias económicas tuvieron fundamental incidencia, tres años más tarde, en la Revolución Juliana.
La historia de Joaquín Martínez Amador
Otro de los historiadores que acentúa sobre los hechos del 15 de noviembre de 1922 es Joaquín Martínez Amador, sentenciando lo siguiente:
«Se empezaba a hablar de sindicalismo y de reivindicaciones sociales y yo me fui convirtiendo en parte del aparato sindical, siempre clandestino, porque ello no habría sido bien visto por mi empleador.
Escribí proclamas para la Confederación Obrera del Guayas y participé en sus reuniones.
Se decía que el gobierno era un títere que bailaba al son que le tocaban los banqueros, claramente no era al son de los intereses populares que no tenían manera de expresarse con éxito en un país donde todo estaba en manos de unos pocos.
Las tropas apoyaban al gobierno, el clero no se inmiscuía, las elecciones eran manipuladas y había una grave crisis económica. Parecía un callejón sin salida que llevaría a más violencia y a más represión.
Nos preocupaba el tipo de cambio que hacía que los productos importados, de los que tanto dependíamos, estuviesen tan caros.
Había frecuentes manifestaciones, cada día más violentas. Se llamó a una huelga general, la ciudad quedó a oscuras y los alimentos escasearon.
En noviembre de 1922 los trabajadores de Guayaquil cesaron de trabajar y en manifestaciones duras pero pacíficas pidieron que bajaran los precios, se controlase el dólar y se permitiese la formación de sindicatos.
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El 15 de noviembre miles desfilamos por las calles contra la carestía de la vida y nos dirigimos a la gobernación a solicitar la libertad de algunos presos.
El gobernador accedió al pedido y salió para el cuartel de policía.
De pronto se oyeron disparos y los manifestantes huimos para encontrarnos frente a tropas que habían tomado las calles laterales, dejándonos sin vías de escape.
Se disparó contra nosotros. Hubo cientos de muertos que fueron lanzados al río para ocultar la carnicería.
Años después leería sobre ella en un libro «Cruces sobre el Agua» de Joaquín Gallegos Lara que recogía el horror y el dolor; recogía también la costumbre, que subsistió por algunos años, de echar cruces en la tumba sin nombre que era el río.
No sólo en Guayaquil hubo matanzas. En la hacienda Leito, en la provincia de Tungurahua, los trabajadores de una hacienda habían protestado exigiendo mejores jornales.
Fueron expulsados de sus parcelas y sus animales confiscados. Los trabajadores se habían alzado desesperados al perder su fuente de sustento y en septiembre de 1923 el gobierno mandó tropas contra ellos.
Murió un centenar. Quizás fue necesaria esa sangre en Guayaquil y en Leito para despertar en el país la conciencia de la miseria de las clases desposeídas.».
La masacre del 15 de noviembre según Diezcanseco
Alfredo Pareja Diezcanseco, historiador ecuatoriano, tenía catorce años cuando ocurrió la masacre, el cuenta:
“El Batallón Marañón rodeó a la gente y comenzó a matarla. Dieron bala todo el día. (…)
En mi bicicleta salía al día siguiente de la catástrofe y vi mucha sangre por toda la ciudad. Yo vivía en un departamento bajo de la calle Rocafuerte y por ahí pasaban los vagones del ferrocarril de la aduana llenos de cadáveres”.
Alaridos y quejas. El silbido cortante de las balas. El olor a pólvora. El inclemente martilleo de las ametralladoras (…)
Las quijadas abiertas, los ojos saltados, los brazos queriendo subir y subir para escapar por algún lado. Los niños con las manos crispadas, arrugando las mantas de las madres, chillando las facciones paralizadas.
Y sin armas, carajo, con qué matar soldados y generales”.
De ese recuerdo se valdría para, años más tarde, escribir esa escena del 15 de noviembre en su libro Baldomera (1938).
El 15 de noviembre de 1922, constituye otro hecho histórico de Ecuador, en la que la única lección que debe quedar en la retina de los ecuatorianos es aquella de la igualdad de oportunidades, que es muy diferente a igualdad de riqueza.
La igualdad de riqueza no existe, por ello jamás debemos dejarnos engañar por los politiqueros y algunos de extrema izquierda que te hablan de igualdad y que luches por esa supuesta igualdad, cuando ellos tienen cuentas exorbitantes en bancos extranjeros.
Insistimos, la igualdad de oportunidad debe existir, pero eso le corresponde al gobierno y a partir de ello, podemos llegar a una libertad económica, pero también dependerá de cada uno de nosotros.