El 10 de Agosto de 1809 constituye una de las fechas más importantes del calendario histórico ecuatoriano, por establecerse el inicio del proceso independentista no solo en la Audiencia de Quito, sino de toda América.
Sin embargo es necesario conocer con mayor acierto algunos pormenores de este hecho sobresaliente en la historia de Ecuador.
1. La víspera del 10 de agosto de 1809
La invasión de Napoleón a España, la proclamación del rey José Bonaparte, la insurrección contra la dominación francesa y la formación de juntas supremas en la Península, causaron gran inquietud entre los criollos.
En Quito, presidía la Real Audiencia Manuel de Urriez, conde Ruiz de Castilla, quien, a diferencia de su predecesor, el Barón de Carondelet, -que había gobernado con la nobleza criolla, en especial con la poderosa familia Montúfar- mantuvo relaciones tensas con la élite local.
El 25 de diciembre de 1808 se reunieron en los Chillos, en una hacienda de Juan Pío Montúfar, marqués de Selva Alegre, algunos amigos y parientes para analizar los sucesos de España y la idea de constituir una junta que asumiera la soberanía.
La conspiración fue descubierta y sus líderes apresados en marzo de 1809. Sin embargo no se les pudo probar nada y fueron liberados.
La víspera del 10 de Agosto de 1809, se reunió en casa de Manuela Cañizares, junto a la Catedral en Quito, un grupo de comprometidos, entre ellos Juan de Dios Morales, antioqueño, funcionario de la Audiencia con Carondelet, y Manuel Rodríguez de Quiroga, chuquisaqueño, vicerrector de la Universidad. Los conjurados depusieron a las autoridades y formaron una Junta Suprema que gobernaría a nombre de Fernando VII, «mientras su majestad recupere la Península o viniere a imperar en América».
Juan de Salinas, oficial de milicias, logró el apoyo de las tropas. Antonio Ante, apresó a Ruiz de Castilla.
El golpe tomó por sorpresa a las autoridades y triunfó sin violencia.
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La Junta Suprema estuvo presidida por el Marqués de Selva Alegre y compuesta por miembros de la sociedad de Quito, entre ellos el obispo José Cuero y Caicedo, natural de Cali, y los secretarios de Estado, doctores Morales y Quiroga, y Juan Larrea.
El triunfo del movimiento fue rápido, pero no tuvo el apoyo popular, líderes adecuados, ni respaldo de las demás provincias.
El pueblo de Quito participó en los festejos del golpe por las estrechas relaciones clientelares que lo unían a las clases dirigentes, pero no sentía propia su causa, ni estaba dispuesto a arriesgarse demasiado por ella.
Guayaquil, Cuenca y Popayán, las otras regiones de la Audiencia, rechazaron el movimiento quiteño.
Los gobernadores de las tres ciudades, el virrey de Bogotá y especialmente el de Lima organizaron tropas para someter a los insurrectos.
La falange quiteña se deshizo en los primeros enfrentamientos que apenas merecerían el nombre de combates.
Los líderes del movimiento, dándose cuenta de la realidad, decidieron capitular sin intentar en serio su defensa armada.
Montúfar renunció a la presidencia y Ruiz de Castilla volvió a asumir el mando el 29 de octubre, después de algunas negociaciones en las que se acordó que no habría represalias.
2. La «Revolución de Quito»
En la ciudad de Quito de principios del siglo XIX, los americanos y los peninsulares competían por oportunidades de negocios, puestos de gobierno, y honores.
La crisis de la Monarquía aumentó la brecha entre los dos grupos.
Los criollos temían que los peninsulares aprobaran el dominio francés, en tanto que los europeos se hallaban convencidos de que los americanos estaban a favor de la Independencia.
El ambiente de recelo y sospecha casi alcanzó los límites de una confrontación entre ambos grupos cuando el ayuntamiento modificó los sistemas electorales.
En Quito, de manera tradicional, los cargos de alcalde primero y segundo se alternaban entre americanos y europeos.
En 1808 el alcalde primero había sido un criollo, y el segundo un peninsular.
No obstante en las elecciones efectuadas en enero de 1809, el ayuntamiento eligió a dos americanos con el argumento de que ningún europeo estaba suficientemente calificado.
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El alcalde segundo que ejerció en 1808, el peninsular Pedro Muñoz, cuestionó la elección «en nombre de su nación».
A su vez, el ayuntamiento propuso que en las elecciones que se efectuaran en el futuro no se haría distinción alguna entre europeos y americanos.
Los peninsulares replicaron acusando de conspiración a los criollos.
El 9 de marzo de 1809 seis quiteños de prosapia, entre ellos el Marqués de Selva Alegre, fueron arrestados.
La tensión entre europeos y americanos aumentó a pesar de que las autoridades eximieron posteriormente de culpa a los supuestos conspiradores criollos y los pusieron en libertad.
Rumores acerca de supuestos complots para asesinar a los criollos nobles movieron a la élite de Quito de origen americano a organizarse en busca de protección.
La tarde del 9 de agosto de 1809 firmaron un acuerdo para establecer una junta integrada por 36 miembros, escogidos entre vecinos y cuyo fin era gobernar en nombre de Fernando VII.
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El capitán Juan Salinas se ofreció a apoyar el movimiento con la ayuda de sus soldados, y durante las primeras horas de la mañana del 10 de Agosto de 1809.
Él y sus hombres ocuparon todos los edificios de gobierno y arrestaron a la mayoría de los funcionarios reales, incluso al presidente Ruiz de Castilla.
Entonces fue proclamado un nuevo gobierno integrado por el Marqués de Selva Alegre como presidente, el Obispo José Cuero y Caicedo como vicepresidente y una junta en la que participaban los miembros dirigentes de le élite de Quito, entre ellos la mayoría de los nobles.
El nuevo organismo, formado en su totalidad por criollos, afirmó en un manifiesto del pueblo de Quito que «las imperiosas circunstancias le han forzado a asegurar los Sagrados intereses de su Religión, de su Príncipe y de su Patria».
Y procedía a enumerar los agravios del pueblo de Quito: los españoles tenían «todos los empleos en sus manos»: los americanos «han sido mirados con desprecio y tratados con ignominia… La Nación Española devastada, oprimida, humillada, y venida al fin por un indigno Favorito vio arrebatar de entre sus brazo a un joven Monarca».
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Aún más, los peninsulares de Quito habían declarado «que si España se sujetaba a Bonaparte, sería preciso que la América hiciere lo mismo». En consecuencia, Quito «juró por su Rey y Señor a Fernando VII, conservar pura la Religión de sus Padres, defender, y procurar la felicidad de la Patria, y derramar toda su sangre por tan sagrados y dignos motivos».
En sus manifiestos al pueblo y al ayuntamiento de Quito, los dirigentes de la junta subrayan que habían procedido así debido a que Francia podía apoderarse de toda España.
Como apuntó el Marqués de Selva Alegre: «Habiendo la Nación Francesa subyugado por conquista casi toda España coronándose José Bonaparte en Madrid, y estando extinguida por consiguiente la Junta Central que representaba nuestro legítimo Soberano, el pueblo de esta Capital, fiel a Dios, a la Patria y al Rey, …ha creado otra (junta) igualmente suprema e Interina …mientras Su Majestad recupera la Península o viene a imperar en América».
Durante los casi tres meses que gobernó, la Junta de Quito hizo un llamado al pueblo por medio de reformas económicas y celebraciones públicas.
Redujo algunos impuestos a la propiedad, abolió todas las deudas y suprimió los monopolios del tabaco y el aguardiente.
Y si bien los cambios estaban dirigidos a las masas, en realidad se benefició a las élites.
Las propiedades que pertenecían a las clases altas estaban gravadas con numerosos y elevados impuestos, y los monopolios eran considerados por todos como una carga irrazonable sobre los productores y consumidores.
(Parte del capítulo la Revolución de Quito del libro «La Revolución Política durante la época de la Independencia 1808-1822» del historiador Jaime Rodríguez.)
3. ¿Qué pretendieron realmente los próceres de Agosto?
Fácil sería decir que querían acabar con el Gobierno español, sustituir la monarquía por la república y crear un Estado ecuatoriano, porque eso ocurrió después.
Pero las aspiraciones de los hombres de agosto eran distintas.
Propugnaban un proyecto económico-político para la Presidencia de Quito, para lo cual juzgaban necesario crear un espacio económicamente viable y políticamente autónomo de Lima y Bogotá que incluía, primero, los territorios tradicionales de Audiencia de Quito, en particular los que se hallaban últimamente sujetos a los virreyes de Santa Fe o Lima (Popayán, Mainas y Guayaquil).
Segundo, Chocó o Barbacoas, es decir, el litoral Pacífico de la actual Colombia que, durante años, incluso después de la Independencia, se gobernó desde Popayán.
Tercero, Panamá, un sueño largamente perseguido sobre el que se habían presentado memoriales al Rey desde fines del siglo XVIII.
Quito deseaba incorporar Panamá como puerta a Europa y nuevo mercado para sus productos agropecuarios y textiles.
Panamá obtendría el beneficio de volver a ser centro comercial importante y podría ser abastecida de productos quiteños.
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Si el proyecto se realizaba, Chocó quedaría integrado a un circuito comercial regular y tendría acceso a los productos europeos y a los de la Sierra.
Quito accedería al oro de Barbacoas para dinamizar su economía. Ese proyecto, en esencia económico, se volvía político al proponer que Quito controlara las provincias implicadas sin la intromisión de Bogotá o Lima.
Tal proyecto no despertaba apoyo de los sectores populares, que no producían para exportar, no consumían productos europeos y no controlaban el comercio.
Tampoco contaba con apoyo de otras regiones, fuera de Chocó y Panamá, donde sí había interés.
Cuenca nada ganaba con el proyecto; Popayán más bien hubiera perdido el control de su litoral pacífico; Guayaquil dejaría de ser el principal puerto de la Audiencia.
Por más que los líderes quiteños sinceramente creían que el proyecto representaba el bien de la Patria, los demás sentían que solamente expresaba los intereses de la Sierra central.
Los hombres de agosto, salvo excepciones, eran conservadores por nacimiento, posición y convicción, y, consecuentemente, fieles a su religión, a su Rey y su posición social.
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Eran, en su gran mayoría, sinceramente monárquicos.
La posibilidad de que América terminara como colonia de la Francia revolucionaria era inaceptable para ellos. Al principio, su propósito no era liberarse de la Corona Española, sino de los virreyes. Que Fernando recuperase la Corona o viniera a reinar en América parecía improbable en 1809.
En tal caso, Quito debía tomar cuanto antes la iniciativa y organizar su espacio –el futuro Estado- en sus propios términos, antes que Lima o Bogotá pudieran hacerlo, imponiendo sus condiciones.
Los próceres de agosto no vieron que su proyecto resultaba inviable por no ser apoyado por las demás provincias de la Audiencia.
Tampoco comprendieron que su propuesta, pese a su sincero conservadorismo, era inaceptable para los representantes del Rey, desplazados de sus cargos.
Eso llevaba indefectiblemente a la independencia y era, por lo mismo, revolucionario.
Sin quizá pretenderlo, encendieron una llama que ardería hasta lograr su independencia y la de Hispanoamérica.
(Razonamiento del Historiador Carlos Landázuri Camacho)
4. La independencia real se logra el 24 de mayo de 1822
Aquí, vale destacar que los criollos, eran españoles que nacieron en tierras americanas, los españoles nacidos en Europa y radicados en nuestros territorios después de la «conquista», nunca lograron aceptarlos, peor aún a los mestizos (los hijos de españoles con indígenas), de allí que se inició una disputa sobre todo por cargos dentro de las funciones de administración de la Audiencia y culminó con lo ya conocido y expuesto en este texto.
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Bien vale recordar la historia, porque un pueblo que no conoce su historia está condenado al fracaso, es decir a cometer los mismo errores del pasado.
Además es preciso recalcar que la verdadera independencia como Audiencia de Quito, se logra el 24 de mayo de 1822 en las faldas del Pichincha, y más aún como Ecuador, recién se da el 13 de mayo de 1830, cuando al fin nos desanexamos de la Gran Colombia.
5. Primeros levantamientos antes del 10 de agosto de 1809
Las primeras reacciones en contra de los españoles ya se dieron entre julio de 1592 y abril de 1593, en época en que Manuel Barros de San Millán desempeñaba el cargo de Presidente de la Real Audiencia de Quito.
Tuvo su origen cuando Felipe II, Rey de España, expidió la Cédula Real por medio de la cual dispuso el pago de un nuevo impuesto del 2% sobre las ventas y permutas.
Esta fue la denominada Revolución de las Alcabalas. (enciclopediadelecuador.com)
Y más tarde, en los primeros días de mayo de 1765, se produjo una verdadera conmoción en la capital de la Real Audiencia por cuanto se trató de aplicar la Cédula Real que ordenaba el estanco del aguardiente y la prohibición absoluta de la destilación particular.
Esta se denominó la Revolución de los Estancos.
Así es como hemos conocido la historia del 10 de agosto de 1809, el denominado Primer Grito de Independencia en América.