El sacrificio y determinación de los patriotas del 10 de agosto de 1809, quienes cifraron la primera revolución independentista de América, se vio truncado por la traición realista y sus trágicas acciones.
El 2 de agosto de 1810 constituye los cimientos que dejarían los patriotas para fomentar el camino de la libertad anhelada que se forjaría años más tarde hasta llegar a su cumbre el 24 de mayo de 1822.
La Junta Soberana que se conformó después del 10 de agosto de 1809, proclamó los fundamentos de la revolución pero careció de bases para sustentarla y aplicarla dentro del contexto político de ese entonces.
Fue así que los patriotas decidieron devolver la Presidencia de la Audiencia de Quito al Conde Ruiz de Castilla, quien juró seguir sus lineamientos y no tomar ningún tipo de represalias en contra de los quiteños.
No obstante, Ruiz de Castilla traicionó su palabra y empezó una persecución tenaz contra los participantes de la revolución quiteña del 10 de agosto de 1809, a quienes los tenía identificado.
Muchos de los combatientes fueron capturados encerrándolos en los calabozos del Cuartel Real de Lima. También ordenó la pena de muerte a todo aquel que, conociendo el paradero de algún insurgente, no lo denuncie.
En aquellos días los soldados realistas del Crnel. Manuel Arredondo cometieron una serie de atrocidades saqueando, violentando, asesinando y atropellando a diario a los habitantes.
Un día, cansados de estos abusos empezaron a organizarse en comités de defensa con el fin de preparar la liberación de los prisioneros.
La masacre del 2 de agosto de 1810
El 2 de agosto de 1810, estando prisionero el Dr. Manuel Quiroga, sus hijas y una sirvienta negra lo visitaron llevándole alimentos. Otros patriotas también recibían la visita de sus familiares, pero nadie sabía lo que el pueblo estaba perpetrando.
“Faltaba un cuarto de hora para las 2 p.m., cuando tocaron en las campanas de la catedral a rebato. Seis hombres armados de cuchillos se presentaron delante del portón del Real de Lima: Llamábanse Landáburu, Mideros, Albán, Godoy y dos hermanos Pazmiño” (Roberto Andrade.- Historia del Ecuador, tomo I, p. 227).
“Armados de puñales y coraje vencieron la guardia del Real de Lima y penetraron resueltos al interior del cuartel. Sembraron el pánico entre los soldados dispersos en los corredores y el patio de la planta baja y se dirigieron denodadamente a cumplir su principal objetivo: liberar a los próceres” (Carlos de la Torre Reyes.- La Revolución de Quito del 10 de Agosto de 1809, p. 475).
Entonces los soladores realistas al darse cuenta de esta revuelta, dispararon un cañón que venció a casi todos los atacantes.
Acto seguido el Cap. Galup acompañado de militares se dirigió a los calabozos donde permanecían encerrados los patriotas dando la orden fatal a los soldados que custodiaban las celdas: ¡Fuego a los presos!
Fue ahí que Quiroga reaccionó para proteger a sus hijas, mientras su sirvienta se postraba de rodillas ante los soldados que entraron al calabozo para pedir clemencia, pero no tuvieron compasión y la asesinaron.
Las dos pequeñas se interpusieron entre los soldados y su padre, pero uno de ellos las empujó y avanzó sobre Quiroga con el sable en alto para despojarle de su vida.
Es así que las fuerzas populares en unidad férrea asaltaron las cárceles logrando la liberación de muchos prisioneros.
Pero, la desigualdad de armas fue un factor preponderante para que los realistas se impongan quienes no respetaron las manos alzadas, ni menores, ni nadie.
La sangre de mujeres, hombres y niños corrió aquel 2 de agosto de 1810.
“Los que fueron despedazados con hachas, sables y balas, fueron los Ministros de Estado mencionados, el senador Juan Pablo Arenas, el presbítero Riofrío, el Crnel. D. Juan Salinas, los tenientes coroneles Nicolás Aguilera, Antonio Peña y Francisco Javier Ascázubi, el capitán José Vinueza, el joven teniente Juan Larrea y Guerrero, el Gobernador de Canelos, D. Mariano Villalobos, el escribano D. Antonio Olea, D. Vicente Melo y otros, cuyos nombres no menciona la historia. Veintiocho perecieron de esta manera horripilante” (R. Andrade.- ídem p. 229).
Aquello fue una carnicería horrible hecha a hombres indefensos, encadenados todavía muchos de ellos. Muy pocos se salvaron.
“Consumada la masacre del cuartel, sedientos de venganza y sangre, los soldados salieron a las calles. El pueblo desarmado les enfrentó con coraje. Las casas y los almacenes fueron saqueados, rotos los muebles, espejos, lámparas, cristales y relojes. Los soldados se repartían el dinero robado, tomando como medida la copa de un sombrero. Mataron menos por robar más” (Dr. M. A. Peña Astudillo. – 200 Años y una Vida, p. 63).
Las víctimas de la masacre ascendieron a unos 300, una cifra sobrecogedora tomando en cuenta que la población no era muy numerosa en ese momento.
La intervención decidida del obispo José Cuero y Caicedo pudo detener la masacre y el vandalismo.
Se acordó entonces que se correría un velo sobre los autores de la matanza y que Arredondo abandonaría en corto plazo la ciudad y la Audiencia.
La salida de las tropas del cuartel Real de Lima se cumplió el 18 de agosto. A estos militares La Corona los llenó de honores porque consideraron “una hazaña” lo ocurrido el 2 de agosto determinando que habían sido los “Pacificadores de Quito”.
El pueblo los ve partir y los llena de execraciones, no responden a ellas, marchan cabizbajos, no de remordimiento, ni de vergüenza, sino de miedo, no de miedo a que les maten, sino de miedo a que les quiten lo que van saqueando… En medio de la tropa va arrestado el oficial de guardia Juan Céliz, porque éste ha dicho en su declaración jurada que fueron solamente seis los que asaltaron el cuartel y que los presos no hicieron amago alguno; informe jurado que desnaturaliza la hazaña…”(Manuel María Borrero).
Con el Asesinato de los Patriotas Quiteños llegó a su fin la revolución del 10 de agosto de 1809, que si bien no buscaba la independencia de España tuvo el mérito de involucrar en ella tanto a criollos como a realistas que, rechazando los sistemas implantados, buscaban una forma propia de autogestión y gobierno, manteniendo -eso sí- una relación de dependencia con la península.
Pero el 2 de agosto de 1810 es el inicio de la campaña contra el Virreinato de Lima, “para que se pusiera en práctica las ideas de Espejo en la Constitución de 1812. Constitución que quiso amoldarse a la realidad quiteña con fondo monárquico democrático procurando no dejarse influir por ideologías extrañas a sus costumbres, anhelos y tradiciones”. (Oswaldo Rivera.- Vibraciones del Tiempo, p. 355)
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“El 2 de agosto de 1810 penetra con júbilo en el escenario actual porque toda conmemoración histórica está reforzando la tradición cívica de los ecuatorianos. Hay evidentemente es este día una propensión a lo sublime, una clara voluntad de patriotismo y una actitud serena que hace respetar las glorias del pasado como ejemplo de dignidad y anhelos de superación constante porque acercarse a ellas significa caminar llenos de unidad y confianza”. (Oswaldo Rivera.- Vibraciones del Tiempo, p. 355)
Fuentes:
Contenido en línea: Enciclopedia del Ecuador
Contenido físico: Libros: Historia del Ecuador / La Revolución de Quito del 10 de agosto de 1809 / 200 años y una vida / Vibraciones del Tiempo
Imágenes: Fotografías captadas con cámara de teléfono celular Samsung S6 en Museo Alberto Mena Caamaño durante un recorrido permitido por sus autoridades.